En
una habitación de hotel
las
cortinas esconden las luces de la tarde
gotea
a intervalos regulares el grifo del lavabo
y se
oyen lejanos los silbidos del tren.
Es
una habitación sencilla,
no
daba para más el presupuesto,
con
apliques dorados y un perchero
donde
colgar la noche
y la
mochila de los días perdidos
y de
los desengaños.
Al
pasar de los años
el
equipaje se hace más pesado
y el
viaje continúa inagotable
a
través de una piel o de unos ojos
aunque
se, desde siempre,
que
yo nunca viajaré a Dinamarca.