Para
enterrar la infancia he venido a esta casa.
El
comedor oscuro donde a diario se oficiaba
el
rito del silencio frente a un plato escaso,
el frío
del invierno en cada habitación,
el
calor del verano que intentaban frenar
las
persianas bajadas por la tarde.
En
vano busco hoy en las paredes viejas
los
ecos de las voces que resonaron fuertes
los
juegos ya pasados y las prohibiciones.
Las
horas de llegada siempre antes de las diez,
alguna
bofetada después de una respuesta
juzgada
impertinente por quien podía entonces.
Tantos
libros leidos al calor de la cama
con
guantes en las manos encima del embozo.
No
pude venir antes,
es
mejor aplazar los entierros
hasta
que el tiempo dicte su sentencia
inapelable
siempre.