Me escondo tras cristales oscuros,
navego solitaria por las calles perdidas
como ráfagas negras cruzan los caminantes
las calzadas de piedra
y el asfalto de largas avenidas.
El viento no conoce la dureza del tiempo,
no sabe de fronteras,
arranca una a una las hojas de los árboles
resecas por el sol.
Ya nadie se ocupa de regar
ni de esponjar la tierra
que espera con paciencia la llegada del musgo
que será inevitable una mañana
cuando la lluvia ensucie las aceras
y miserables ríos arrastren la hojarasca.
Se descolgó la luz
y el mundo para siempre
perdió la transparencia.
De La espera inevitable
navego solitaria por las calles perdidas
como ráfagas negras cruzan los caminantes
las calzadas de piedra
y el asfalto de largas avenidas.
El viento no conoce la dureza del tiempo,
no sabe de fronteras,
arranca una a una las hojas de los árboles
resecas por el sol.
Ya nadie se ocupa de regar
ni de esponjar la tierra
que espera con paciencia la llegada del musgo
que será inevitable una mañana
cuando la lluvia ensucie las aceras
y miserables ríos arrastren la hojarasca.
Se descolgó la luz
y el mundo para siempre
perdió la transparencia.
De La espera inevitable
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